Ramona Roldán, ‘La Alhucema’

El día 22 de septiembre de 1.968 me incorporé al servicio militar obligatorio, junto con cuatro amigos y paisanos. Nos dirigimos cada uno con su macuto al hombro, con el pelo bien rapado y con ganas de vivir esa experiencia, a la parada situada en lo que hoy se conoce como La Recovera y nos dieron una peculiar noticia: La Alhucema ha fallecido. 

Este hecho me acompaña como una de las cosas que perduran en mis recuerdos. Siempre que recuerdo mis anécdotas y vivencias de la mili, me viene a la mente ese personaje.
Nace Ramona en El Viso del Alcor el 21 de julio de 1.899, aunque figura en el censo de 1.965 que nació en el año 1.902; hija de Ramón y Joaquina, en el referido censo consta que sabe leer y escribir. El mote o apodo de ‘Alhucema’ lo heredó de su padre ‘Tío Alhucema’, que se dedicaba a vender hierbas y semillas aromáticas por las calles de nuestro pueblo y por los pueblos de los alrededores.

Tiene Ramona dos hermanos, Gracia y Antoñito, que también siguió con el negocio de su padre; ella y su hermana Gracia eran floristas, cogían el primer tren con destino a Sevilla, concretamente a Triana, donde vendían sus flores y molinillos de papel, esos que giran como las aspas un molino y tanto les gustaban a los niños. Eran dos guapas jóvenes, morenas con el pelo ondulado. Gracia se enamora de un joven trianero con el que contrae matrimonio y se queda a vivir en Triana toda su vida. Entre tanto Ramona consta que se casa en nuestro pueblo en el año 1.923 con Manuel Quintero, vendedor de bisuterías y natural de Pilas. El matrimonio se dedicaba a vender por todas las ferias y fiestas de Andalucía, y también tenían su residencia en Triana. Pasan los años y no tienen descendencia.

Un día del verano de 1.936, cuando estalla el alzamiento militar se encuentra en la feria de Constantina, los nacionales detienen a Manuel, de tendencia republicana. Jamás volvió Ramona a verlo. Ella es también hecha presa, le afeitaron la cabeza y la pasearon por el pueblo; Ramona llora y con gran pena empieza a perder la cabeza obsesionada por volver a ver a su Manuel. Sola y sin recursos vuelve a El Viso al calor de su padre que aún vivía.
Estos hechos le provocaron un trastorno metal que arrastró toda su vida. Muere su padre y aunque vive su hermano Antoñito, ella vive en una casa en la calle Sol, concretamente donde hoy está instalado el Bar La Muela, que estaba divida con un tabique, con puertas individuales, que compartía con un famoso bajador de cargas conocido como ‘El Rubio la Pita’; su locura la llevó a mendigar y a vivir en soledad. Para luchar con su soledad se acompaña de varios perros y con ellos convivía.

Todos los días salía de su casa con sus perros y cargada de flores de papel y molinillos para los niños que vendían por las calles. Gracias a la ayuda que recibía de algunas señoras de la calle Real pudo sobrevivir. Su única obsesión era ver a su marido, los niños y no tan niños le decían que habían visto por la vega a Manuel montado en un caballo blanco, ella esperaba y esperaba.

Nunca se metía con nadie y cuando que se burlaban de ella o se alejaban por el mal olor que desprendía tampoco reprochaba nada a nadie, al revés. siempre sonreía. Recuerdo su eterna sonrisa. Un vecino y buen hombre le pagaba las mensualidades de un seguro de decesos, para que cuando faltare pudiera tener un entierro digno. Ella guardaba con un gran celo los recibos en un nudo que hacía con un pañuelo.

Paseaba mendigando por nuestras calles y siempre preguntando por su Manuel. Llega un día que la autoridad competente le quita sus perros y ya mayor se va a vivir con su hermano Antoñito en la calle La Muela número 82. Allí le sorprende la muerte y allí termina su vida o mejor dicho su calvario. Ramona, a mi criterio, era una mujer buena. Esta es su historia y los que la conocieron mejor que yo pueden testimoniarlo.

Quiero dar las gracias a Paquita Pavón León por la información y en especial a mi amiga Antoñita Jiménez Cadenas ‘Antoñita Aparrao’, que escribió un magnífico trabajo sobre Ramona en la Revista de la Santa Cruz que editó la Asociación Cultural Amigos del Viso, concretamente en el número 13 del año 2001, y recomiendo leer.

TEXTO: José María López Moreno