Ramón Guerrero Borreguero ‘Capote’

“Si vas al Viso al trote visita Casa Capote”. Así se enunciaba en las revistas de la Santa Cruz de mediados de los años 50 del siglo pasado. Este mes pretendo rescatar del Rincón de la Memoria a un visueño al que podríamos catalogarlo como nuestro mejor embajador.

Nace Ramón el día 24 de abril de 1919 en la calle Albaicín, número 13, hijo de Ramón Guerrero Jiménez, de profesión carpintero, y de Antonia Borreguero Muñoz. Sus abuelos por la parte paterna fueron Manuel Guerrero Martín, también de profesión carpintero, y Amparo Jiménez Cadenas, y por parte materna Agustín fueron Borreguero Santos y Juana Muñoz Sánchez. Sigo describiendo lo que yo llamo su biografía oficial; en la calle Albaicín creció y se hizo hombre, aunque la profesión de carpintero era hereditaria de padres a hijos, Ramón ejerce de albañil, trabajo que no le gustaba. Por entonces contrae matrimonio con una joven visueña, Manuela Roldán Benítez, y se traslada a su casa en la calle El Tren. Allí convive con su suegra Dolores Benítez Calvo ‘Maoca’ y su cuñada Genoveva ‘la Gino’ y allí nacen sus cuatro hijos: María Dolores (q.e.p.d.), Ramón, Antoñita y Manolin.

A mediados de los sesenta se trasladan a vivir a un piso del bloque que se levantó en el solar de la casa del Rancho Nuevo, con entrada por la actual calle Pintor Juan Roldán. Al poco tiempo muere su mujer y él mantiene la unión familiar conviviendo con su suegra, cuñada y sus cuatro hijos. Tal es la conexión que existía que entre todos supieron suplir una falta tan grande en la organización familiar. Genoveva ‘La Gino’, que sus sobrinos tenían como su segunda madre, tuvo mucha influencia en la familia, tanto que sus sobrinas María Dolores ‘Veva’ y Antoñita ‘Gino’, al juntar sus nombres formaban su tía ‘Genoveva’. Pasado el tiempo su nieto Manolín tiene una hija y no duda en ponerle su nombre.

Ramón, como buen Guerrero, también fue un hombre con inquietudes religiosas, por esos desde que tenía siete años formo parte de su Hermandad, la Sacramental de la Virgen de Dolores y del Cristo del Amor, a la que le dedicó parte de su vida. En torno a su hermandad y al servicio de la iglesia ejerció de monaguillo y aprendió de manos de su amigo Manolo ‘El Campanero’ todos los toques de las campanas, de este arte en manejar las campanas presumía. Teniendo apenas siete años su padre lo hace hermano y allí sigue fiel más de 85 años. Pasa por ser miembro de la Junta de Gobierno y ostenta varios cargos desde mayordomo, fiscal, diputado de caridad y capataz del paso de la Virgen. Llega a ser el hermano número uno en la nómina de la Hermandad, por tal motivo, según iniciativa de la Junta de Gobierno, recibe un merecido homenaje.

También tiene Ramón inquietudes sociales y políticas, y es por ello que, siendo alcalde Gil López Jiménez, le pide que forme parte de la candidatura por el tercio familiar y es elegido como concejal de nuestro Ayuntamiento en febrero de 1964, cargo que renovó en 1967 siendo alcalde Narciso López de Tejada y López. Así fue reelegido hasta su cese en 1977, con motivo de la primeras elecciones tras la instauración de la democracia; por su edad y por sus trece años de concejal, se aparta de la política activa cediendo el paso a otras generaciones.

Antes de adentrarnos en su principal objetivo, su negocio, voy a narrar su gran afición, sin duda alguna el cine y los espectáculos flamencos que desfilaron por el Cine Jardín. Ramón no se perdía ninguna función, pero con una peculiar presencia. Cerraba el bar tarde, siempre había algún tercio que, con unas copas de más, nunca se marchaba, cuando por fin cerraba, acudía rápidamente a la taquilla del cine y pedía su entrada. Tras el descanso llegaba Ramón y a continuación se cerraba la taquilla. A mí me pasaba igual puesto que era el taquillero y veíamos las películas del descanso al final y luego en la sesión continua del principio al descanso; siempre sabíamos quién era el criminal antes que lo fuese, al marido antes de que fueran novios y al viejo antes de ser joven.

Ramón se formó y se reeducó a través del cine, por aquellos años se sorprendía de las películas en color, del cinemascope, pero no todo era cine, los espectáculos en directo que por las décadas de los 40, 50 y 60 pasaron por las tablas del Cine Jardín. En el momento en que se anunciaba un espectáculo, Ramón tenía su entrada en primera fila y su número reservado, No faltó que yo sepa a ninguno, desde La Niña de los Peines, Manolo Caracol, Lola Flores, Juanita Reina, Rafael Farina, Pepe Pinto, El Malagueño, Enrique Montoya, Pepe Marchena, La Paquera de Jerez, Antonio Machín, Juanito Valderrama y una larga lista de primeras figuras. Ahora viene su éxito industrial y comercial, para bien de él, de su familia y de nuestro pueblo.

Después de la Guerra Civil, Ramón decide no volver a los albañiles y con la ayuda de Juanito ‘Negocios’ y de Juan María ‘Bicicleta’ monta en el camino de la estación un sombrajo, donde aparte de vender aguardiente y tabaco, se inició en vender menudo que en un principio cocinaba su cuñada Genoveva. Así pasó el verano. Ramón vio la posibilidad de hacer de este negocio su medio de vida y al siguiente año se establece en la Plaza del Ayuntamiento y coge el traspaso de un ‘pinichi’ en la antigua casa de Los Sardinas, hoy casa de la Jornera, su prima (Méndez). El traspaso le costó 250 pesetas y para que el lector se haga una idea, el vaso de vino costaba tres perras gordas (30 céntimos) y el aguardiente 20 céntimos (de ahí el famoso veinte de aguardiente, también se hizo famoso el doble, costaba 40 céntimos). Allí pasó cinco años, pero Ramón, aunque sacaba para ir tirando, ansiaba prosperar y se traslada a la calle Rosario, a un local esquina con la calle La Palma y sigue con el menudo como su tapa principal. No tuvo bastante suerte y tuvo que alternar el bar con el billar, la lotería (hoy bingo) prohibida entonces, y hasta arrendaba parte del local para dar funciones de cristobitas y teatro. Así siguió durante diez años.

Multitud de anécdotas y curiosidades se puede contar. Yo siempre destaco una: por aquellas fechas un albañil que trabajaba en una casa cercana al bar tenía por costumbre jugar una porra con Ramón y en la que se jugaban un vaso de vino. Era costumbre en esa fecha que los bares colgasen un espejo dentro de la barra. El albañil con mucha astucia siempre veía a través del espejo el número que se marcaba en la mano Ramón. Al terminar la obra en su última porra el albañil le dijo: “Ramón, siempre te he ganado porque te veía el número por el espejo”, y Ramón, al que las respuestas le salían espontáneamente, le dijo: “inocente que te has ido bebiendo todas la escurriduras de los vasos”. Muchas, muchas anécdotas y curiosidades se quedan en el tintero.

Pasaron diez años y Ramón progresa poco y decide trasladarse a la carretera, arrienda una accesoria en la casa de Emilio ‘El Villao’ (actual sede del Partido Popular), y allí estuvo cinco años de mucho éxito, tanto que decide trasladarse a la acera de enfrente, a una cochera propiedad de ‘Tío Aparrao’, la renta era de diez pesetas y medio litro de vino todos los días; en ese transcurso la venta del menudo para consumir en casa se elevó mucho, el problema era la carencia de envases apropiados, pues tenían que venir los clientes con cacerolas, fiambreras y otros artilugios. Gracias a un paisano se entera de que hay en Silla (Valencia) una fábrica que produce unas tarrinas de plástico que cerraban herméticamente de la marca Mamplex. La tarrina también podía congelarse. Con esas tarrinas y con su nombre comercial alrededor de la misma, llegó a diferentes puntos de España y del resto del Mundo. Los emigrantes la llevaron a Francia, Alemania, Holanda e incluso a Estados Unidos y Cuba.

En la actualidad, Casa Capote está regentada por su hijo Manolin, ubicado en una casa de nueva construcción lindera con lo que fue la cochera de ‘Tío Aparraro’. En 2016 se cumplió el 75 Aniversario de la fundación del Bar Capote, aunque Ramón no llegó a verlo pues el día 28 de agosto de 2011 nos dejó para siempre.

TEXTO: José María López Moreno.