Hace varios cientos de miles de años, distintas especies humanas nos dejaron el testimonio material de su existencia en pagos tan cercanos a nuestro pueblo como la finca La Moharra, donde se han encontrado antiquísimos útiles líticos que aquellos hombres y mujeres fabricaron en las terrazas de un Guadalquivir encajonado mucho más al sur de su ubicación actual. Sin embargo, la primera ocupación más o menos permanente del alcor, el primer ejercicio de sedentarismo -paulatino- practicado en la zona, no tuvo lugar hasta hace unos 5.500 años. Llegaron, llegamos, seis milenios atrás, en el tránsito del Neolítico final al Calcolítico inicial, y por aquí andamos todavía.
Bonsor, siempre tan intuitivo, tan sagaz, tan acertado, fue el primero que reparó en las muy poco comunes condiciones de habitabilidad que ofrecían estas moles de calcarenita a aquellas comunidades primitivas, aún inmersas en un modo de vida seminómada. Las arraigaron definitivamente a la tierra la abundancia de agua dulce, la feracidad de las tierras de la vega y de las terrazas, separadas por esa auténtica bisagra, por esa espina dorsal de la comarca, el alcor, que, además, facilitaba el tránsito de una zona a otra, también en sentido transversal a través de los puertos-, haciendo de auténtica autovía comarcal, a la vez que ofrecía protección -el escarpe-. Es decir, en un espacio relativamente reducido, se daba y aún se da una sucesión de paisajes diferenciados, óptimos para la puesta en práctica de unas incipientes agricultura y ganadería, por parte de unos grupos humanos que combinaban aquellas actividades con la recolección de palmitos, palmichas, espárragos, bellotas, acebuchinas, ‘palodú’.., y con la caza de aves, ungulados y lagomorfos. No hay que olvidar que la elaboración de cestería -palmito, enea, varetas de acebuche- y de cerámicas -margas arcillosas- también estaban garantizadas en este espacio privilegiado e irrepetible.
Pero pocos han reparado en el especial atractivo que tuvieron para los primeros alcoreños el piso firme del alcor y la misma calcarenita. La piedra albariza. Esa roca amarillenta y granulosa, de poca dureza y sumamente deleznable, que es esencia misma de nuestra tierra. Tierra en la que se documenta la existencia de estructuras arquitectónicas circulares durante la Edad del Cobre (III milenio a.C.). Moradas excavadas en la propia roca, asociadas o no a silos de función variable. Por lo tanto, la primera arquitectura que como tal se practicó por estos lares, estuvo determinada por la fiabilidad de los suelos y por la facilidad con la que se podía devastar y extraer la piedra local. Era una cuestión de economía: una inversión mínima de esfuerzo y un gasto nulo en materiales, ofrecían la posibilidad de crear núcleos de población de mucha mayor consistencia que las antiguas estructuras perecederas que dieron cobijo a nuestros primeros antepasados. Estamos nada más y nada menos que ante el origen de la plena sedentarización: aquellas gentes se asentaron, poco a poco, donde la roca se lo permitía, según nos dice Elisabet Conlin Hayes.
Hemos visto, pues, como desde tiempos inmemoriales, los alcores, en general y su piedra, en particular, contribuyeron a fijar la población en el entorno. Así daba inicio un proceso de antropización, de domino del medio, que fue transformando y transforma a este radicalmente. Aunque aún perviven ejemplos de una relación armoniosa, casi simbiótica, entre nuestra especie y la tierra que nos alimenta. Buena prueba de ello es el abancalamiento histórico, tal vez de origen pre o protohistórico, de terrenos para su uso agropecuario.
El Viso es tierra de bancales. Los vemos en la zona de La Tablada, en la Huerta Abajo, en el entorno de La Alunada, entre la antigua Vereda de Carne y el Camino de El Viso o de Cueva Honda, pero también en la zona de las terrazas, o sea, de las huertas. Una célebre urbanización incluso lleva por nombre el de este ingenio humano. ¿Pero qué es abancalar o qué es un bancal? Según el diccionario de la RAE, en su primera acepción, es un rellano de tierra que se hace en un terreno en pendiente y que se aprovecha para el cultivo. Nosotros añadiremos que, en numerosas ocasiones, esa tierra fértil se contiene con contundentes muretes verticales o en talud, hechos exclusivamente con piedra del alcor. Piedra en seco, colocada sin ningún tipo de argamasa (Imagen 2. Bajo este párrafo. Pie de foto: Piedra en Seco. Vereda de Carne). De esa guisa, la presencia de hileras sinuosas de bancales y de muros de piedra en seco confieren al paisaje abrupto del alcor un perfil regular, ligeramente geométrico, tremendamente bello, que favorece el aprovechamiento máximo del territorio, sin por ello arruinar su esencia, constituida por la pendiente y la inclinación; ambas domesticadas, con mimo, desde tiempos antiguos.
Muy probablemente, por razones económicas, la piedra que se extraía de aquellas cabañas circulares de las que hablamos anteriormente, de aquellos silos, ya fue usada como material constructivo durante la Edad del Cobre; tanto para elevar los muros de dichas viviendas -con o sin elementos adicionales como el adobe y los materiales perecederos- como para proceder a su amurallamiento. Piedra sobre piedra. Sin necesidad de tallarla o dándole unos leves retoques. Este uso de la piedra si está perfectamente documentado en la protohistoria: durante el primer milenio antes de Cristo, la técnica de la piedra en seco sirvió para erigir estructuras monumentales como las murallas de La Tablá, presumiblemente turdetanas/cartaginesas, o la Motilla, ya saben, el gran túmulo de Alcaudete.
He ahí el origen, lógico y razonable, del uso de la piedra en seco. ¿Hay material más efectivo y barato, más a la mano, si se quiere construir algo? O dicho de otra manera, esos muretes serpenteantes que nos acompañan fielmente a lo largo de no pocas sendas visueñas, coronados de garrotes de olivo, de naranjo, o de campos de hortaliza, son ejemplo vivo de la permanencia de sistemas constructivos que se perpetúan en El Viso desde que llegaran los pobladores más remotos a la región. Consideren sobre este particular que aludimos al momento en que se desarrollan en la actual comarca la primera agricultura y la primera ganadería: no es improbable, antes al contrario, que los primeros abancalamientos implementados por aquí tuvieran lugar algunos miles de años atrás
Las necesidades no eran distintas. La orografía, tampoco. Los materiales constructivos… El alcor, la piedra de la que está hecho, nunca defrauda. Hay, por lo tanto, un nexo que une al abuelo que en nuestros días cuida su bancal con el hombre o la mujer que moraban bajo la cubierta de ramaje que remataba aquellas cabañas redondeadas de la última prehistoria.
Caminamos, y no miramos. Miramos, y no vemos. Pisamos la misma tierra que personas que la descubrieron tres mil años antes de que naciera Jesús de Nazaret. Hay cosas que han cambiado radicalmente. Otras que, sin embargo, permanecen dada su naturaleza esencial; su eficacia probada; su bajo coste. La pervivencia de los bancales y de sus muretes de piedra en seco nos hablan de éxito. Del éxito de una alianza entre el hombre y la tierra, que ha durado hasta hace bien poco. Las primeras arquitecturas alcoreñas están bien representadas en el bancal. En el bancal se materializan los logros de la Prehistoria reciente y de la Protohistoria. El bancal guarda la memoria de nuestros seres queridos. El bancal regala al ojo una rara belleza de naturaleza primigenia. La piedra en seco es el material constructivo sostenible por excelencia, y a su sombra proliferan plantas y animales que encuentran en estos ambientes hábitat ideal. Ya saben, las piedras hablan si se las sabe escuchar. Empero, a veces, nos comportamos como si estuviéramos sordos. Hay que preservar el bancal. Hay que poner en valor la piedra en seco. También somos la piedra en seco. No nos podemos permitir no valorar parte de nuestra alma. Olvidada alma alcoreña.
TEXTO: Juan Antonio Martínez Romero.
Profesor de Historia en el IES Maese Rodrigo (Carmona).