Los primeros agricultores de Los Alcores: El yacimiento Neolítico de El Quebrao

El pasado mes de noviembre tuve el privilegio de trabajar, en calidad de docente, por y para el Aula de Adultos que en El Viso han puesto en marcha el Ayuntamiento y la Universidad Pablo de Olavide, gracias a la amable iniciativa y a la labor desinteresada, bellísima, de mi amigo Pepe Vázquez, de Anastasio Pineda, de Arturo Morillo y de Edi Carrascal, entre otros. Personas, todas, que llevan por bandera un humanismo de nuevo cuño muy necesario en tiempos tan deshumanizados como estos. Personas que sienten auténtico amor por la cultura y el saber verdaderos. Claro, y por nuestro pueblo. En ese sentido, hay que destacar que se está haciendo historia, que están haciendo historia, al acercar a nuestros vecinos los frutos más formidables del pensamiento humano. Se han sembrado semillas de esperanza que, sin duda, germinarán más pronto que tarde.

Aula de Adultos.

De todas aquellas lecciones, entrañables por motivos muy diversos, recuerdo una con especial cariño por los motivos que expondré en las siguientes líneas. Se abordaba el tema del desarrollo del Neolítico en nuestra región. Por lo tanto, era inevitable poner todo el énfasis en la relevancia que para el poblamiento humano del actual espacio ocupado por nuestra comarca ha tenido y tiene el ‘trinomio de la vida’ vega/alcor/terraza. Este factor ya fue destacado por, y permítaseme el punto irónico, san George Edward Bonsor Saint-Martin, señor venido de allende los Pirineos para quitarnos esa venda ancestral que nos impedía tomar conciencia del valor de todo lo logrado por nuestros ancestros a lo largo de 7.000 largos años. Él dio con la tecla al indicar que las primeras comunidades humanas, que se asentaron por estos lares, prosperaron aprovechando las inigualables condiciones de habitabilidad que ofrecía un entorno en el que abundaba todo lo esencial, necesario e imprescindible para el desarrollo de la vida: terruños feraces, agua abundante, lugares donde cobijarse (abrigos y cuevas), defensas naturales (el escarpe), zonas transitables (la zona alta del alcor con todos sus puertos), etc, etc, etc. No por casualidad, siete milenios después, no nos hemos mudado de sitio.

El trinomio de la vida: terrazas/alcor/vega.

La vega era una de las claves. Bonsor ya lo vio. Después de él, todos los que hemos comido de la suculenta ‘boba’ (se ha escrito muy poco sobre la casi extinta tradición panadera visueña) que abrió en canal para mostrarnos la verdad. En la vega, el sustento. De la vega, el grano. La vega era y es vida. La primera agricultura que se practicó aquí se puso en marcha en la vega. Si nuestra existencia fuera un taburete de tres patas, pata y media correspondería a la vega. Todos coinciden: Ponsich, Amores Carredano, Elisabet Conlin… Al objeto de convencer a mis discentes del Aula de Adultos sobre estos particulares, proyecté mapas con los numerosísimos yacimientos arqueológicos que han sido localizados hasta nuestros días en ese mar de arcillas en que crecía, vigoroso, el cereal vivificador. Les decía, ‘miren ustedes, de entre todos los que ven, muy probablemente, el sitio arqueológico más antiguo de la comarca no se ubique sobre el alcor, sino que esté localizado en el corazón mismo de la vega. El Neolítico echó a andar en la vega’. Y se hizo el silencio.

La vega de Los Alcores, cuna del Neolítico.

¿Verdad que recuerdan ustedes algo sobre la Revolución Neolítica? En nuestros manuales de EGB era descrita como la responsable del cambio radical que nos llevó de ser una especie dependiente de los caprichos de la Madre Naturaleza a dominar a la misma. Hoy sabemos que, más que una revolución, fue un proceso multicausal, complejo, lento y paulatino, que hundió sus raíces en una serie de dinámicas que se fueron gestando durante el Mesolítico y que están en el origen tanto de la gradual aparición de la ganadería, la agricultura, la cestería, la alfarería y la confección de tejidos como de la consolidación de la sedentarización. En relación a la tecnología lítica, se fue imponiendo la realización de instrumentos pulimentados que facilitaron la caza, las labores agrícolas y, tal vez, la guerra. Aquí, ese Neolítico pleno solo está registrado en la vega, en un yacimiento cuyo nombre técnico es Arroyo Salado III.

Hacha pulimentada neolítica.

 

Arroyo Salado III se localiza sobre una pequeña elevación existente entre lo que queda del cortijo El Quebrao y uno de los brazos del arroyo Salao, es decir, en una tierra enriquecida por los limos depositados por las crecidas de un torrente que, en su momento, también sería inagotable fuente de agua potable y de recursos pesqueros y/o cinegéticos. Allí, sobre la loma, han aparecido minúsculos fragmentos de cerámicas a la almagra, lo que nos ha permitido datar el asentamiento en el V milenio a.C. La presencia de fragmentos de sílex, de molinos naviformes, de útiles líticos pulimentados, de piedras usadas a modo de mazas de moler y de los mismos tiestos cerámicos parece indicar que, en tierras de El Quebrao, se experimentaron las primeras prácticas agrícolas documentadas por aquí. No podemos decir lo mismo respecto a la ganadería, ya que no hay vestigios materiales que nos permitan defender la hipótesis de una temprana domesticación de animales. Y tampoco se conservan primitivas arquitecturas como las que sí se han estudiado en la parte alta del alcor para periodos posteriores como el Calcolítico (III milenio a.C), aunque esto se podría deber al uso de materiales deleznables, cañas y barro esencialmente, obtenidos sobre el mismo terreno en un alarde de máxima optimización de los recursos disponibles.

Cerámicas a la almagra.

Decía a mis alumnos y alumnas que, cuando he estado en el lugar, siempre, me ha asaltado la misma duda: ¿qué llevó a esos hombres y mujeres a desplazarse hasta un terruño sumamente hostil y tan distante de la línea del alcor? La lejanía respecto al acogedor escarpe imposibilitaría el desplazamiento regular al mismo, debiendo establecerse la comunidad allí, en plena vega, a la verita de un torrente indómito, dado a las crecidas; bajo el sol inclemente durante el verano y soportando la lluvia y el frío gélido en otoño/invierno. Incluso si, como se ha sugerido, Arroyo Salado III solo hubiera sido un asentamiento estacional, habitado exclusivamente durante las épocas dedicadas a la labranza, la siembra y la cosecha, la vida en el mismo debió haber sido durísima. ¿Cómo es que no se optó por cerros cercanos al alcor? Como el del ‘Mojón’. Desde el mismo se puede llegar en menos de una hora a Cueva Honda o a La Santa; es decir, a abrigos de enorme potencial desde la perspectiva de la habitabilidad (no pocas culturas del Neolítico pleno están vinculadas a cuevas y a abrigos). Los cerros albarizos. Lugares altos y no inundables. Fértiles. Regados por arroyos menos salvajes que el Salao: La Muela, La Longaniza, Alcaudete, Las Chovas… Sitios ideales, a tiro de piedra de la cornisa que sí fueron explotados desde la Edad de Cobre. Pero eligieron el Quebrao.

Cuevas de Santa Lucía.

Si la escucha activa es requisito indispensable cuando se quiere transmitir algo, el planteamiento de una clase como una suerte de diálogo pautado debiera ser algo de obligado cumplimiento. Además, el docente no solo tiene el derecho a dudar, sino que tiene la obligación de dudar. Hemos de tener la capacidad de ofrecer preguntas. Más que respuestas, tenemos que regalar preguntas. Hay que sembrar preguntas en el alma del prójimo. Rilke, en ‘Cartas a un joven poeta’, aconsejaba, precisamente, amar la pregunta misma. Abrazarla. ¡Pero qué hermoso es dudar! En aquellas sesiones para el Aula de Adultos, yo, dudaba. ¿Cómo diantres se mantenía un campamento, por muy estacional que fuera, en una zona como la descrita, cinco mil o cuatro mil años antes de Cristo? ¿Por qué no en el amable y generoso albarizo, que se extiende al pie del alcor?

Diego Pineda León. Diego ‘Cascote’. Fue uno de mis alumnos en el Aula de Adultos. Recuerden, educación, escucha, diálogo… Durante el transcurso de una de las clases, él encendió la velita. Los suyos, su gente, tuvieron una aparcería en El Quebrao. Ya saben, gran parte de la inmensa vega carmonense es realmente visueña, en la medida que la sangre y el sudor y las lágrimas que la han alimentado, fueron y son de El Viso. La familia de Diego, saga de pelantrines de aquí, labraron parte de ese cortijo: ‘Niño, esos sembraron allí, a pesar de los pesares, porque las tierras más fértiles de toda Carmona son las de El Quebrao, hasta el punto de que plantamos tomates y hortalizas de todo tipo’. También melones, afirmaba. De los mejores. Un auténtico vergel despuntando en medio de un mar de cereal. ¡Y ahí es nada! Tal vez ello fue posible gracias al limo que dejaban las aguas del Salao cuando este se retiraba a su cauce natural después de una crecida, como el Nilo, esa suerte de dios-rio, de los egipcios. Íbamos atando hilos.

El Salao, torrente de vida

Días después, quedamos para tomar café en El Lechuga. Aquel saber, hijo de la universidad de la vida, no podía caer en saco roto. Me decía Diego, rememorando sus tiempos mozos, que, cuando el arroyo venía bien cargado de agua, quiénes vivían allí quedaban prácticamente aislados. Él había visto cómo se tiraba una soga desde una orilla hasta la otra, haciéndola pasar por una garrucha, para poder llevar al cortijo unas hardas cargadas de pan que después se conservaba en tinajas (eso del pan del día es cosa bastante reciente). Si la señora de turno daba a luz o alguien enfermaba, era complicado atravesar aquellos tentáculos del Salao. El puentecillo que conocemos hoy, no el de la carretera principal, sino el que queda al este de Neblines, no existía. Durante las estaciones frías, frías y húmedas, aquello era una suerte de islote enfangado. Sin embargo, escupías una semilla y el brote estaba asegurado. Valía la pena correr cualquier riesgo si la cosecha estaba asegurada. Ese y no otro era el quid de la cuestión.

Ahora no resultaba difícil comprender la razón por la que se optó por aquel pago bendecido por el riachuelo: durante el Neolítico, cuando tanto la técnica como el instrumental necesario para cultivar eran de lo más rudimentarios, la calidad sin parangón de la tierra garantizaba la recogida del cereal. No por casualidad, aquello se siguió cultivando durante la Edad del Cobre y parte de la del Bronce. Es más, muy probablemente, el yacimiento que los científicos conocen como Arroyo Salado III, nunca se haya abandonado como tierra de labor. Cundió el ejemplo, se transmitió el secreto, la verdad del romance que mantenían agua, simiente y terruño, y durante toda la Prehistoria reciente, la Protohistoria y la Antigüedad temprana se fueron multiplicando los yacimientos a lo largo de las orillas del Salao, que así se convirtió en una especia de vena aorta o de yugular, que inyectaba vida a la tierra. Vida a nuestras vidas: el corazón de Los Alcores tal vez sea la vega. ¿La cornisa? Su columna vertebral. El alma abarca campiña, escarpe y terrazas. El Quebrao era la fertilidad materializada.

El Salao, herido de muerte, como la vega.

A modo de post scriptum
Todavía se recrea uno en una bellísima imagen que me describió Diego ‘Cascote’ aquella tarde, memorable, que compartimos en El Lechuga, trasegando cafés y barquitos de Cicopán. Él era chico, pero recuerda como si allí estuviera, que los gañanes estaban sentados en El Quebrao, tranquilos, serenos, esperando que con la tarde llegara ‘la marea’. El viento del oeste. Este empezaba a soplar. Primero con suavidad. Después con vehemencia. La caricia primera casi se convertía en azote. Era el momento de aventar en la era. Siete milenios antes, uno quiere pensar que los antepasados de todos los agricultores que después han sido, también esperaron, imperturbables, el mismo viento de poniente ¿No oyen ustedes, ahora mismo, esa marea ancestral, deslizándose sobre la vega? Sigue soplando aún. Ahora plantamos huertos solares.

Juan Antonio Martínez Romero.
Profesor de Historia en el IES Maese Rodrigo (Carmona).