“En el extrarradio de El Viso del Alcor, en el sector de los ladrillares, numerosos restos en superficie, fragmentos de tejas, ladrillos romanos, contrapesos de prensa rectangulares, fondo de piscina (o pileta) revestida con mortero de piedra caliza, sigillata hispánica lisa, sigillata clara A y D. Villa de ocupación romana hasta el siglo IV d.C.” (traducción propia del francés original).
Esta información, preciosa, relativa a nada más y nada menos que un yacimiento romano imperial registrado en la parte baja de ‘La Tablá’, o lo que es lo mismo, en la zona donde ahora están distribuidas las casetas de la Cruz de mayo, se la debemos al egregio estudioso Michel Ponsich, otro intelectual venido de allende Los Pirineos para descubrirnos a los nativos, tan ajenos, a veces, a las lindezas que atesora nuestra patria chica, los tesoros que la misma guarda en su subsuelo. El arqueólogo francés fue en verdad un digno heredero del muy grande Jorge Bonsor, cuyas huellas siguió al objeto de culminar un ambicioso trabajo, ‘Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir’, cuyo primer tomo, dedicado al territorio comprendido entre Sevilla, Alcalá del Río, Lora del Río y Carmona, fue publicado en 1974 por el Laboratoire d’archéologie de la Casa de Velázquez.
Al objeto de realizar su estudio, Ponsich estuvo en nuestro pueblo allá por 1970. Se pateó gran parte del término municipal de El Viso, habiendo estudiado previamente las observaciones de Bonsor, pero también siguiendo eso que algunos llaman sexto sentido y que no es más que el producto de años de aplicado estudio y duro trabajo hecho con pasión. Además, cuentan sus allegados, fue persona extrovertida y afable, amiga de la buena conversación. De esa guisa, logró ganarse el respeto y hasta el cariño de guardas de coto, dueños de fincas, cazadores, gañanes, leñeros, alfareros… Mucho de lo que descubrió, lo descubrió caminando, palpando la tierra con sus propias manos, y preguntando amablemente. Por más que uno quiere, no puede dejar de imaginarse a aquel curioso gabacho enamorado de lo español, yendo de acá para allá, con su cuaderno de notas, sus mapas y su brújula, interrogando a todos, con engolado acento franco y una sonrisa sincera dibujada en la cara. Siempre, siempre, siempre, con Bonsor en su cabeza. Así consiguió rastrear las huellas de lo romano en ‘Huerta La Fabiana’, ‘Cortijo de El Moscoso’, ‘Viso del Alcor (Este)’, ‘La Tablada’ (la zona alta de la mesa) y ‘Tablada baja’. Casi nada. Todos ellos eran sitios arqueológicos inéditos que, y ahora nos permitimos una licencia humorística, parecían estar esperando a otro francés que les sacara del sueño de los justos. Precisamente fue en ‘Tablada baja’ donde Ponsich halló, recuerden, la piscina o pileta revestida con mortero, los contrapesos de prensa (se puede suponer que olearia), las tegulae, los fragmentos de opus latericium y las sigillatas. Del jugoso melón que Ponsich abrió en canal, con el cuchillo preciso de Bonsor, hemos bebido todo los que después hemos querido saber algo sobre nuestro pasado romano.
En 1983, la Universidad de Sevilla publicaba la ‘Carta Arqueológica de Los Alcores’, la cual fue encargada a don Fernando Amores Carredano. En ella, el que aún era un arqueólogo en ciernes y aspirante a convertirse en el eminente estudioso y docente universitario que ahora es, también escribió sobre ‘Tablada baja’, a la cual llegó, como no podía ser de otra manera, siguiendo los apuntes de Ponsich. En efecto, Amores reprodujo en su carta parte de la información que sobre el yacimiento romano facilitó el francés, aunque de manera incompleta. De hecho, omitió por razones que uno desconoce, los contrapesos rectangulares (si eran de prensas olearias, eran inmensos) y el fondo de piscina o pileta con revestimiento. Datos, como habrán apreciado, para nada anecdóticos. Tampoco menciona los fragmentos de tejas y ladrillos que, numerosísimos, aparecían diseminados por todos lados antes de 1974. De Ponsich solo reprodujo sus anotaciones sobre las cerámicas de tipo sigillata y la cronología imperial propuesta. A cambio nos legó una preciosa información, inédita hasta entonces, que se reproduce a continuación:
“Los vecinos encuentran ánforas tipo obús ibero-púnicas tardías. Hace años, al construir un nuevo horno encontraron una alineación de grandes sillares con muescas para ensamblaje, de piedra tosca; sacaron doce, en una longitud de 18 metros aproximadamente en dirección NE-SO, encontrando junto a ellos una tumba romana de inhumación cubierta con tegulae, conteniendo una fiola de vidrio azul”.
Amores parece hablar de oídas, lo cual es perfectamente comprensible, ya que, muy probablemente, cuando se personó en ‘Tablada baja’, a principios de los ochenta, encontró un recinto ferial donde en 1970 Ponsich contempló un conjunto de barrerías funcionando a pleno rendimiento. No ignoramos los visueños que la superficie de ‘Tablada baja’ sufrió un notable rebaje antes de que se empezaran a montar las primeras casetas, por lo que es posible que sobre el terreno ya no pudieran verse los vestigios romanos de los que hablara Ponsich. De ahí que, para completar su obra, Amores recurriera, básicamente, a las noticias que le transmitieron los lugareños. Insisto, porque el dato no es baladí: del suelo emergieron, supuestamente, 12 sillares con muescas de ensamblaje alineados a lo largo de una extensión de 18 metros. La pregunta es, ¿cómo es que sí hizo caso a lo que le contaron los paisanos y obvió, soslayó u olvidó la piscina o pileta, los contrapesos de prensa, los ladrillos y las tejas descritos por Ponsich, que era toda una eminencia en el mundo de la arqueología? Si tuvo razones para no dar credibilidad a lo que Ponsich defendía desde luego no las esgrimió en ningún momento.
Pese a la presencia de la alineación de sillares, y hablamos de gran arquitectura romana de época imperial, y al indicio de la existencia de una necrópolis, Amores valoró el yacimiento como un pequeño y humilde asentamiento agrícola. Difería así de la postura de Ponsich, que tuvo claro que hubo toda una villa a pocos metros de donde ahora se halla la Piedra del Gallo. Ciertamente, los contrapesos de prensa y los restos de una piscina que vio remiten a estructuras relacionadas con la producción de aceite (torcularium) en la que se especializaron no pocas villae de la comarca a partir del siglo I d.C. Tejas y ladrillos apuntaban en la misma dirección. Y eso que él no supo de ninguna alineación de sillares ni de sepultura de inhumación alguna. ¿En qué coinciden, entonces, ambos autores? En lo esencial: era indudable que, desde el siglo I d.C. hasta el IV, existió en ‘Tablada baja’ un núcleo romano de época imperial relacionado con la explotación del agro. ¿Dónde se ubicaba en concreto? ¿Se habrían perdido para siempre sus restos? ¿Sería cierto aquello que nuestros paisanos trasladaron a Amores? Porque Ponsich, y ya se ha hecho constar más arriba, no supo de la existencia de aquella formidable alineación de sillares. Más allá de lo que nos cuentan los textos, ¿qué queda de todo aquello? No poco. O muchísimo, como se intentará demostrar en las próximas entregas. A modo de adelanto: no muy lejos de donde ustedes viven, yacen muy bien conservados, los materiales constructivos de lo que a todas luces parece que fue un edificio romano cuya ubicación exacta nos ha sido descubierta por… Valga a modo de spoiler, que dicen los más jóvenes.
TEXTO: Juan Antonio Martínez Romero.
Profesor del IES Maese Rodrigo (Carmona) y apasionado de la historia de El Viso.