Gran arquitectura romano imperial en El Viso. La villa de Tablada baja (parte final)

Manuel Benítez Sánchez, de mote Melera, tiene más de ochenta años. Ahora estaba en plena forma y me transmitían desde su familia que le encantaría echar un rato para hablar de los pedruscos aquellos, adelantándome que tenía buena información al respecto. Nos vimos en una cochera colmada de capachos, macacos y cestas, tanto de rafia plástica como de palmito. Eran el producto del paso de este señor por aquel curso con el que Pepe Vázquez salvó de la extinción casi segura un arte milenario, el de la empleita, tan antiguo como el poblamiento mismo de la vega y el alcor: esas tiras de fibra sintética, trenzadas pacientemente por manos expertas, son el nexo que une la Revolución Neolítica y la Revolución Industrial. Aquel sábado por la mañana, la voz de Manuel iba a ser la trenza que acercara dos momentos históricos separados entre ellos por dos milenios largos.

Con el timbre añejo de su voz, haciendo gala de una cadencia, una dicción, una musiquilla, propia de un Viso pretérito, de un Viso que ya no es nuestro Viso, pues cada tiempo tiene su acento, Melera me contaba que su barrería la levantaron los suyos mientras él hacía el servicio militar, más o menos en el 60. Perales comenzó a construir el horno algo después, en el 62, un año antes que Porrino. Como ya saben, bajo el terreno que había comprado Perales, en el subsuelo, yacía la alineación de sillares. Por lo tanto, Melera y su gente tuvieron la oportunidad de presenciar en tiempo real como ese muro de sillares amarillentos, labrados en piedra del alcor, gigantescos, se iba descubriendo conforme iba avanzando la obra. Imaginen las caras de asombro, la estupefacción, al saberse ante algo único. Piensen en el vértigo que genera la conciencia de estar viviendo algo histórico. A dos metros de distancia, allá donde acababan sus sombras, emergía la antigua Roma. El milagro consistió en haber podido viajar veinte centurias atrás permaneciendo en el mismo sitio. Y aquel solo fue el principio: conforme iban pasando los días, se encontraban con relativa facilidad ‘candilejas picudas’. Así las bautizó Manuel. Sin saberlo, hacía alusión a lucernas romanas de época imperial. Viejísimas lámparas que, resucitadas, vertían ahora luz nueva: alumbraban un episodio oculto de nuestra historia.

Lucernas romanas como las aparecidas en Tablada baja. Fuente: Sigillvm.

De esa guisa, se enriquecía el puzle, apuntando el aumento de tipologías de piezas arqueológicas a la existencia de un asentamiento mucho más complejo de lo que jamás hubiéramos imaginado. La piscina revestida, las sigillatas imperiales, las tegulae, los ladrillos y los contrapesos rectangulares de Ponsich; la necrópolis de inhumación y los sillares alineados de Amores Carredano (18 metros de muro que Menea y los suyos vieron con sus propios ojos); las losetas cerámicas de Porrino; las lucernas de Menea. Todo ello hallado en un espacio limitado al entorno de la actual caseta de la Vera Cruz y sus alrededores. Cabe destacar, en otro sentido, que Melera también usó uno de los sillares como material de acarreo. Concretamente, como pila de lavado. Me indica que otro vecino le dio un uso semejante en el lugar que ocupara la cafetería Triana. Desgraciadamente, decían, esos materiales reaprovechados como piezas de acarreo, se habían perdido para siempre. Ignoraban ellos que, en un lugar relativamente distante de Tablada baja, se conservan en perfectas condiciones tres de aquellos bloques que antaño formaran parte de una estructura arquitectónica romano imperial de dimensiones monumentales.

En ‘El Viso antes de El Viso’ me hacía eco de la presencia de sillería romana en el Huerto de la Muela. Si mal no recuerdo, incluso aportaba datos acerca de su procedencia. Incluso añadía una foto de aquellos enormes bloques de piedra del alcor labrada prodigiosamente. Sin embargo, en ningún momento hablé con ninguno de los miembros de la familia gracias a la cual podemos otorgar credibilidad a un relato polifacético, poliédrico, tan sugestivo y hermoso como enrevesado. Tampoco sabía de qué manera habían llegado hasta allí ni desde qué punto en concreto. Una mañana de esas en las que todo te sale a pedir de boca, me encontré a Ramón Falcón Tomate en el huerto: ‘Niño, aquello pasó siendo yo muy chico. Muy niño. Y fue muy sonao. Mucha gente fue a verlo. Como los de allí se llevaban las pieras, mi pare y mi abuelo cogieron el camino antiguo, por donde venían antes los hombres de por ahí a trabajar en el campo, por donde pasaba el ganao, y con el mulo se trajeron unos cuantos peñascos desde La Tablá hasta aquí, arrastrándolos. Pa’ un pesebre o algo de eso. Los chiquillos de toa la parte esta íbamos atrás, como si fuera una fiesta. Aunque hace ya mucho tiempo. Ahí ves dos puestos por lo alto de la alberca de ahora, como nuevecitos. Otro lo tienes al lado de la puerta, pero está más echao a perder. A la derecha, conforme entras. Pegao a la valla. Puede que hubiera más y a lo mejor están por ahí’. Allí estaban, efectivamente. Gracias al ojo avizor y al sentido práctico, tan visueño, de los antepasados de Ramón, guardianes involuntarios de uno de los arcanos mejor guardados de nuestro pasado. Otro círculo se iba cerrando. Ahora solo queda interpretar, leer correctamente, lo que contiene.

Sillares romanos del asentamiento de Tablada baja, conservados en el Huerto de La Muela.

Ponsich atesoraba conocimientos suficientes para distinguir una alberca actual de parte de una estructura de almacenamiento de líquidos de la antigua Roma (la famosa piscina), es decir, no hay motivos para obviar información tan preciosa. Del mismo modo, un consumado experto como él sabría distinguir muy bien un contrapeso rectangular, ¿de viga de aceite?, de una pieza de distinta función. Como ya se ha dicho, del estudio de las sigillatas que halló el francés colegimos que el yacimiento estuvo activo entre el siglo I y el IV d.C. Aventurándonos un poco podemos especular con la posibilidad de que en ese arco temporal estuviera activa en Tablada baja una almazara de aceite o incluso un centro de producción de vinos, dependiente o no de una villa (la presencia de una tumba de inhumación puede servirnos para dilucidar este último particular). ¿En qué se basa uno para formular tan atrevida hipótesis? Lógicamente, en la presencia de una suerte de depósito, aparentemente impermeabilizado (estaban presentes en los núcleos de producción de aceite y/o vino), unida a los contrapesos cuadrangulares, descritos como ‘de prensa’. ¿Cuál es el problema? Que son restos que se han perdido. ¿O tal vez no? En Tablada alta, hay restos de materiales constructivos, cúbicos, de considerable peso y tamaño, interpretados hasta ahora como sillares con muescas de ensamblaje, que, sin embargo, encajan mucho mejor, por su tipología y por sus muescas en forma de T, en la categoría de contrapesos. Contrapesos rectangulares, contrapesos de prensa, prensa de aceite o de vino, como los que describió Ponsich. Al objeto de defender esta postura, hay que recordar que ha sido y es una constante el acarreo, el traslado, de materiales desde la zona baja de La Tablá hasta la parte alta. Desde el norte hasta el sur. Tanto es así que, por desgracia, las basuras generadas durante la Cruz fueron vertidas durante largo tiempo en la ladera más meridional de la mesa. Lo de abajo, a veces, acaba arriba para siempre, desafiando las más básicas y sencillas leyes newtonianas. Por esa razón, no es improbable que los contrapesos que viera Ponsich por donde la Veracruz, estén hoy en otro sitio. El resto de columna que el arado desenterró en Tablada alta, y cuyo paradero exacto desconocemos, ¿no vendrá también de la zona de la Veracruz? Hay consenso en el mundo de la arqueología acerca del despoblamiento de Tablada alta tras el periodo romano republicano, o lo que es lo mismo, dicen los que saben que, en época imperial, aquello era un páramo. Se ha demostrado que la actividad se concentró entonces en la zona baja. A riesgo de ser redundante, ¿no han ido a parar alguno de los materiales que vio Ponsich a la zona alta? De ser así, también los tenemos localizados y pueden servirnos para interpretar el yacimiento. Observen ustedes la foto, que ahí tienen uno de ellos.

Posible contrapeso de prensa. Hay otros en Tablada alta. ¿Provienen de la zona baja?

Seguimos, para ir ya concluyendo. Recuerden que Amores entendió que el de Tablada baja tuvo que ser un asentamiento pequeño. Claro, cuando él vino, bien poco quedaba del mismo salvo el recuerdo de aquellos paisanos que le trasladaron la existencia de la tumba cubierta de tejas y de la construcción, del muro, de 18 metros de lado. ¿Sería aquél el lado pequeño de un edificio rectangular, como suelen serlo los que forman parte de las almazaras? También los templos, las termas, las distintas estancias de las villas… ¿Imaginan ustedes cómo sería el tamaño de la construcción completa? Porrino nos puso al tanto del enlosado cerámico que cubría el suelo de aquella estructura. Como ya se dijo, cada pieza rectangular medía 1 metro x 80 centímetros x 10 centímetros (grueso). Estamos, en consecuencia, frente a un edificio con muros de sillares de hasta 18 metros de largo, perfectamente pavimentado. Si pudiéramos confirmar que la columna de Tablada alta perteneció al mismo… En cualquier caso, ahora sí podemos defender que aquel asentamiento, posible almazara (o lugar de elaboración de vinos) asociada o no a una villa, era de todo menos pequeño. La gloria de Roma no entendió de pequeñeces por estos lares.

Torcularium romano.

Gracias al empeño de las gentes de Fuente del Sol, cuyo órdago ha recogido el actual equipo de gobierno, en nuestros días se está estudiando el subsuelo de Tablada baja: un complejo entramado de galerías, conectadas a la superficie a través de lumbreras, recorre las entrañas de la mesa. Son las tripas de La Tablá. Nos contaban nuestros vecinos que, de pequeños, merodeaban haciendo de las suyas a la altura de la Fuente del Sol, y cuando voces y piedras anunciaban la llegada del iracundo perjudicado por la juvenil tropelía, se colaban por la misma fuente y salían por un pozo que estaba por donde hoy se encuentra el bloque de casitas blancas que hay en la última calle del recinto ferial. Desde la cara norte, por donde hay una enorme higuera, también se accedía a un laberinto que no lo era porque la muchachada conocía hasta el último de sus recodos. ¿La Tablá? Un queso gruyere, una esponja, la miga de un `puñao’ de los que ya no se hacen. Cientos de metros de túneles excavados, toneladas y toneladas de tierra removida, decenas y decenas de trabajadores empleados en una labor peor que ardua… ¿Para qué se puso en marcha esa empresa de dimensiones faraónicas? El agua apagó durante centurias la sed del imperio al tiempo que favoreció la eclosión de un modelo de explotación agrícola genuinamente mediterráneo, dirigido desde asentamientos como el que nos han descubierto Ponsich, Amores, Porrino, Melera y Tomate. ¡Y pensar que uno de los elementos característicos de las almazaras romanas era la mola, y que en español, que es unos de los latines de ahora, dicho vocablo se traduce como muela! ¿No será el nombre de la Fuente de la Muela una reminiscencia de…? Todos somos inocentes cuando soñamos.

Muelas romanas. Mola en el latín original.

TEXTO: Juan Antonio Martínez Romero.
Profesor del IES Maese Rodrigo y apasionado de la historia.