En busca del tiempo perdido: las chumberas que no mataron

La imagen que ven corresponde a «Huerto Escondido», pago mairenero de nombre sugerente ligado a un riquísimo patrimonio arqueológico ya desaparecido. Pero hoy hablamos de chumberas. De su exterminio. Es inexplicable que dejáramos morir esta alianza centenaria entre el hombre y la flora, de la que también se beneficiaba la fauna autóctona. Increíble que la Junta se escudara en la engañosa catalogación de la chumbera como «planta invasora» cuando en todo el Mediterráneo se dejó domesticar desde su llegada, hace más de 500 años, demostrando así su docilidad y fidelidad. Imaginen que en Toscana enfermaran los cipreses, definidores del paisaje y de la identidad misma de aquel lugar -pues somos paisaje-, y se les dejara morir alegando que vienen de fuera. Pero esto no es Toscana, por desgracia.

Esas chumberas maireneras fotografiadas esta misma mañana no son las que hicieron de «vallajos» en toda Andalucía, no son las que imprimieron singular personalidad a nuestros campos, pero son reminiscencia de uno de esos alegres pactos humanidad-madre naturaleza. Pacto roto merced a la cortedad de miras y falta de compromiso de quién es capaz de matar lo suyo defendiendo que trata de protegerlo. Se cargaron nuestra manera de gestionar el espacio, de marcar el territorio, de engalanar la tierra, de llenar la cesta, y se fueron de rositas. De algún modo, se cargaron nuestra forma de estar en un lugar, que es nuestra manera de vivir, de existir, aquí.

Sin embargo, algún manchón resistente a la cochinilla, y a las malas artes de los peores gestores, queda en la comarca. Quedan varios en Andalucía. Mejor no decir donde se encuentran. Tal vez algún día podamos deleitarnos con el néctar meloso de los hijos de toda la vida. No todo está perdido.

Ps. Los espárragos más dulces, aquellos que recogíamos con mi padre, crecían a la sombra de las pencas. Cientos de insectos, roedores, reptiles, conejos, aves, encontraban cobijo entre las púas. Todo eso se ha ido a tomar por saco, ojo, no por la cochinilla. Aquí la responsabilidad final ha sido humana. No nos merecíamos un final así.

TEXTO: Juan Antonio Martínez Romero (Profesor en el IES Maese Rodrigo y apasionado de Historia)