Gran arquitectura romano imperial en El Viso. La villa romana de Tablada baja (Parte II)

Antiguos barreros. Actual laguna de La Muela.

Alguien nos comentó hace tiempo, en una de esas conversaciones animadas por la ingesta moderada de zumo de cebada, tan amigas del disparate gracioso como de la confesión sincera y la reflexión brillante, que, donde ahora se encuentra la caseta de la Hermandad de la Vera Cruz, salió ‘algo gordo’. Hablando de la cuestión con Pepe Vázquez, que no por casualidad es figura muy presente en muchos de estos reportajes míos, me decía que, Manuel Benítez Sánchez ‘Melera’, antiguo alumno suyo en los cursos de empleita, alumno octogenario, tuvo un horno muy cerquita de la parcela donde está la Vera Cruz, antes de que se levantara la caseta; por lo tanto, sabía del tema. Me aconsejaba hablar con él, pero manda la realidad y esta tenía otros planes tanto para ese hombre como para servidor: no había manera de cuadrar la cita. La casualidad también es parte no importante de los mimbres que componen la existencia, y cuando esa puerta parecía cerrarse, se abrió otra. En la sala de profesores del IES Maese Rodrigo, ejemplar centro escolar donde tratamos de enseñar a legiones de inquietos púberes, casi irreductibles, hablaba del tema con una compañera visueña. Su suegro, caballero de cierta edad, también tuvo barrería en la zona: ‘Maricarmen (de apellido Caraver), omía, pregúntale si podemos echar un rato una tarde de estas, para meterle mano al asunto. Igual le suena la copla’. Y tanto que le sonaba la copla a don Antonio Martínez Guerrero ‘Porrino’. Tocaba aprender de los que saben.

Caseta de la Hermandad de la Vera Cruz.

Eran las seis de la tarde de una jornada demasiado cálida para ser invierno. Paseábamos entre hileras de casetas coronadas por frontones triangulares de chapa engalanada con motivos de candelieri, trazados con mano algo insegura y pintados con colores estridentes. ¿No es acaso la caseta de feria, trasunto lúdico y popular, postmoderno y naíf, de aquellos templos que en Roma cobijaban a los miembros de la tríada capitolina? Caminaba, decía, junto a este hombre gentil, cordial, amable y humilde. Todo oídos era uno, pues de su boca solo brotaban palabras sabias bañadas en esa emoción que es hija de la remembranza. Supe a través del testimonio de ‘Porrino’ que, en los cincuenta, antes de que empezaran a proliferar las barrerías, gran parte de la Tablá baja era propiedad de un teniente-coronel que fue vendiendo el terreno en pequeños lotes. Aquel pago era una antigua zona de labranza, dotada de feraces tierras y de pozos de los que manaba agua de buena calidad; néctar vital que imprimía hipnótico ritmo a una noria de cangilones que por allí hubo. Jauja en El Viso.

Tablada baja en 1956/57.

Cambiaron los tiempos, y con ellos, los usos: el agro dejó paso a la barrería, que en pocos años se transformó en la primera industria de El Viso, claro, antes del despegue de Invirsa y del Polígono Santa Isabel. Las barrerías especializadas en la producción de ladrillos de primera calidad fueron ocupando ese entorno (en El Calvario, prosperaron los tejares), entre otras razones, por la cercanía de lugares, como los taludes del arroyo de La Miloja, donde abundaban los excelentes barros de El Viso. Allí, jóvenes y no tan jóvenes trabajaban con brío, en durísimas condiciones, para arrancar a la madre naturaleza la materia primigenia que, cargada a lomos de bestias, era llevada hasta las barrerías, donde el ingenio humano, aliado con el agua y el fuego (muy poco se ha escrito sobre el oficio de leñero), obraba el milagro: la arcilla, áspera y seca, arisca, en verano; húmeda y mórbida, maleable, cuando llueve, era domesticada y transformada en indestructibles ladrillos. Salían cargas enteras con paraderos de lo más variopinto: la tristemente desaparecida plaza de toros de Alcalá de Guadaira se hizo con ese ladrillo visueño que algunos albañiles locales despreciaban por resistir los golpes secos del palustre (el tapial resultaba mucho más barato para las clases menos pudientes cuando pudientes eran muy pocos). Nadie es profeta en su tierra, dicen. Nadie ni nada: el 80% de la producción se vendía fuera de El Viso, generando unos considerables beneficios a los propietarios de decenas de hornos que a su vez empleaban a leñeros, arrieros, transportistas… Tierra de barros la nuestra. Desde hace milenios. Ni un mal monumento tienen aquellos hombres y mujeres. Ni los leñeros, ni los del cisco, ni los olivareros, ni el pelantrín de la vega, ni el ‘aguaó’, ni el arriero, ni el hortelano…

Uno de los pocos hornos visueños que han sobrevivido.

La venta del ladrillo puede que no enriqueciera a nadie, pero en un Viso que no podía olvidar los retortijones provocados por la pesadilla autárquica franquista, la dieta a base de berros, espárragos, pachochas, piezas de caza menor y poco más, alimentar un horno suponía sacar de la miseria a tu prole. Todo esto lo aprendo yo de ‘Porrino’. Me limito a dar voz a sus palabras. Las transcribo. Él es el que sabe, y sabe que allá por 1962, ‘Perales’ removió unos terrenos para levantar horno propio. ‘Omío, justo donde están ahora los servicios de la caseta de la Vera Cruz. Allí es donde salieron los bloques. Más de 10. Aunque yo, cuando los vi, estaban amontonaos. No vi yo alineaciones de esas, sino un buen montón de bloques de piedra del alcor labrás como alpacas. Pero illo, también unas losetas de barro cocido, que servirían de suelo o algo así. Tenían más o menos 1 metro por 80 centímetros y 10 centímetros de canto. Como aquello estorbaba y era material del bueno, yo, me llevé un bloque y una de las losas y lo usé pa’mi horno. Muchos vecinos hicieron lo mismo, y los restos se fueron desperdigando. ¿Has hablao con ‘Melera’? Su barrería, que es más antigua que la mía y que la de ‘Perales’, colindaba con la de éste, por lo que seguro que vio aquello. Puede que los viera alineaos, los bloques digo, como tú me has contao. Él también se llevó alguno’.

Sillar aparecido en El Viso.

Efectivamente, ‘algo gordo’ salió de los bajos de la caseta de la Vera Cruz. En concreto, en la zona de los actuales servicios. Eran ciertas, por lo tanto, las informaciones que trasladaron al arqueólogo Amores Carredano. Ahora sabíamos, al margen de la ubicación exacta del hallazgo, que, junto a los enormes bloques pétreos, del tamaño de alpacas, afloraron unas losetas de barro cocido, rectangulares, de casi un metro cuadrado: la construcción de un horno del siglo XX descubrió sillares romanos y losas cerámicas que yacían en el subsuelo desde hacía dos mil años. Aquel espacio donde se mezclaron barros cocidos de ahora con barros milenarios está enmarcado por una caseta coronada por frontones modernos de inspiración romana. Dicho de otra manera: una posible edificación romana despertó de un letargo de siglos cuando hombres de nuestro tiempo rompieron la tierra para erigir un moderno templo de Baco, según patrones de inspiración clásica. Si esto no es un poema… Poema romano.

Tenía, de todos modos, que charlar con ‘Melera’. Y con Ramón Falcón ‘Tomate’, el del Huerto de La Muela (ya entenderán el porqué). Había que rematar la faena. Había que comprobar si se había conservado algo. Algo queda. No poco.

Sillar romano con muesca de ensamblaje, de otra posible construcción en Tablada alta.

TEXTO: Juan Antonio Martínez Romero
Profesor del IES Maese Rodrigo (Carmona) y apasionado de la historia de El Viso